Cómo escribir sin decir nada
Parte de la portada del libro ‘Los campos magnéticos’.
Estoy escribiendo en una postura que cualquier fisio que me viera se llevaría las manos a la cabeza. Siento las teclas bajo mis dedos como si fueran las de un piano posado en una calle poco concurrida. Y las toco, las toco como las toca el músico frustrado que se sienta a improvisar delante de cuatro despistados que pasaban por allí. A veces tenemos muchas cosas dentro que se presentan delante de la audiencia equivocada. Y entonces te tildan de loca, de ser demasiado rara, de no ceñirte a las normas. Una insurgente en tiempos autoritarios.
Tú, que estás leyendo este desvarío, eres una persona fantástica.
Faltaría más.
Me repugnan los moldes a no ser que sean para hacer galletitas. Cuando recibo una orden, más proclive soy de hacer totalmente lo opuesto. Expectativas… no cumplo ni las de los demás ni las mías propias.
Honey, are you breathing well?
‘¿De qué trata este texto exactamente?’ Me imagino a mi ex-profesora de lengua haciéndonos esta pregunta. Pues trata de todo y de nada. Escribo de forma automática, como si fuera esa respuesta a tu e-mail de alguien que está de vacaciones. Esta técnica, como me comentaba Laura, se puede ver muy bien en ‘Los campos magnéticos’. Se dice que fue el primer texto de escritura automática de la historia. Data de 1920. Wow. Heavy, ¿eh? Es de hace más de 100 años. ¡Y escrito a cuatro manos! Una locura… Quizás si me tengo que enmarcar en un género es en el del surrealismo. ¿La vida no es un poco surrealista últimamente? Esta obra de teatro de carne y hueso se ha convertido en una especie de esperpento que ya quisiera Valle. Uy, espérate. He escrito enmarcarme en un género y me ha dado urticaria.