La cama es mi hogar. En ella, habito. En ella, me sumerjo. El cocodrilo me mira desde abajo y me morderá el pie si lo pongo en el suelo. Siento que el techo se puede caer en cualquier momento. Bah, qué más da. Observo el gotelé. Encuentro formas que dibujan peces, lunas, caras misteriosas. Recuerdo que jugaba a esto antes de dormirme cuando era pequeña. ¿Cuándo perdí la imaginación?
Llevo dos horas despierta. Tampoco es que haya descansado bien. El insomnio es mi amigo y me acompaña cada noche. Debería conseguir una mejor rutina de sueño. En eso estoy trabajando con la psicóloga. Necesito entrenar a mi mente y a mi cuerpo para que me haga caso. Quiero estar tan cansada y tan rendida como para no entrar en bucle.
Consigo con mucho esfuerzo poner un pie en el suelo. El cocodrilo al final no me muerde. A tientas, con los ojos entrecerrados, voy a la nevera. Solo me queda un brik de leche. Tendré que bajar a comprar cuando esté mejor. Supongo que Internet puede salvarme en aquello de ‘cubrir las necesidades básicas’. Maslow estaría orgulloso. La compra online ayudando una vez más a las personas con pocas fuerzas.
Cojo mi taza y me preparo un café con leche. Lo pongo en el microondas. La puerta está medio rota. Oigo el ruido del micro. Lo odio. Es como un enjambre de abejas electrocutándose. Si continúa unos minutos más mi cabeza explotará. ¡Ding! Uff, menos mal. Ya está listo.
Voy al salón y me siento en el sofá. A mi derecha hay una plancha que interrumpe el paso. Hace meses que no plancho pero ahí está ella. Estoica e inmóvil. Esperando a que alguien la recoja. Es la Penélope de la vida doméstica. Lo cierto es que la gente cansada no suele volver a poner las cosas en su sitio.
Enciendo el móvil y veo sesenta y siete conversaciones de WhatsApp pendientes de contestar. La verdad es que no tengo energía para socializar. Contestaré en cuanto pueda. Si te esfuerzas puedes desaparecer. La taza caliente me reconforta un poco. Me bebo este café como si me fuera la vida en ello. Deposito en la cafeína toda la poca fe que me queda. Confío en que este brebaje consiga levantarme el ánimo. Spoiler: no lo hace.
¿Y si me compro una agenda con mensajes motivacionales? De esas que te dicen ‘sonríe cada día’ o ‘tú puedes con todo’. Mejor no. Seguro que si hubiera trescientas sesenta y cinco frases escritas, una para cada día, perdería el tiempo en refutar todas y cada una de ellas.
De repente escucho un ruido cerca del recibidor. Miro al suelo y veo una carta. Me apresuro a abrir la puerta. Enciendo la luz pero no encuentro a nadie. Escucho pasos que se pierden en el hueco de la escalera. Qué raro. Observo el sobre amarillo y veo que no lleva remitente. Lo abro con cuidado y saco una carta escrita a ordenador. En la parte superior derecha hay un nombre (Antonio) seguido de un teléfono. Debajo hay unas líneas que intentan publicitar un curso de la Biblia. Al parecer será en este donde se dará respuesta a las grandes preguntas de la Humanidad: cuál es el sentido de la vida, el porqué hay tanto sufrimiento o qué hay en el más allá. Ojalá todo se solucionara con un curso de la Biblia. Hace mucho tiempo que estoy enemistada con la fe. Lo mismo llamo a Antonio. Quizás surja un buen debate. Durante años estudié las sagradas escrituras. Seguro que tendría una conversación interesante.
Necesito volver a creer en algo.
Necesito volver a tener esperanza.
Necesito volver a creer en mí.
Llamando a Antonio.
Gracias a este certamen conocí a Espido Freire. Nos dio una clase chulísima a los seleccionados. Es una persona muy inteligente y bastante directa. No maquilla las cosas (no sé si esto viene porque es del norte). Después de aquella tarde hice el ejercicio de alargar este relato pero no pienso que valiera mucho la pena. Tenía estos deberes corregidos por Espido en mi e-mail desde hace una semana. Por miedo a que mis pensamientos negativos se cumplieran no me había atrevido a abrirlos hasta ahora.
Entre las correcciones, se han colado unas palabras amables:
“Muestras una buena capacidad para el ritmo y para evocar escenas, lo cual es un don. Mímalo, y añade con el trabajo a esas virtudes la psicología del personaje, y ese mimo por las palabras que ya se adivina en lo que escribes. Un abrazo, enhorabuena y adelante. E”
Me ha gustado muchísimo y te he imaginado dando cada paso que describes.